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el murciélago

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MensajeMi nuevo relato   Mi nuevo relato Icon_minitimeLun 12 Nov 2018 - 11:56

Bueno, mi cabeza no para de tener ideas para plasmarlas en papel. Y he querido compartir con vosotros mi nuevo relato corto que aún no he acabado.
Os dejo los dos primeros capítulos (voy por el quinto), porque sois buena gente:lol!:
Aún no tiene título


Mi nuevo relato Deposi10



Capítulo primero

Lo que voy a contarle doctor, es realmente lo que pasó aquella noche. Aunque piense que le estoy exagerando, le aseguro que fue tal y como sucedió. Por eso he decidido venir a su consulta. Porque se que no podrá contárselo a nadie, ni violar el código paciente-médico. Solo espero que pueda ayudarme, ver que me pasa y darme una solución. Bueno, verá empezaré por el principio. Mi trabajo nocturno no dejaba tiempo para las relaciones personales. Tampoco es que yo fuera una persona excesivamente ducha aplicando esas artes. Pero al menos lo intentaba. Durante un tiempo era considerado como el ser extraño de mi familia, no me quitaba el sueño. Aunque es cierto que había veces que me hacía sentir excluido. Con el tiempo y al ir haciéndome mayor, todo aquello pasó a un segundo plano en mi vida. Hoy puede decirse que corregí algunos detalles que me situaron fuera de esa marginalidad más propia de mi cabeza, que de la realidad.  Trabajaba en el depósito de cadáveres de un gran hospital. Mi turno era de nueve de la noche a seis de la mañana. Jamás pensé que acabaría trabajando en un empleo así. No digo que mi carrera estuviera enfocada a grandes empleos de un alto cargo de responsabilidad y con su consiguiente remuneración acorde. Pero tampoco que terminaría en el sótano velando por gente metidas en cámaras frigoríficas. Esperando a sus seres queridos para el último adiós, antes de desaparecer por completo de este mundo.
Los días pasaban sin sobresaltos, cosa que me gustaba. Prefería eso a tener que lidiar a menudo con problemas que requieran un gran aporte de estrés y nervios. Yo me sentaba en un pequeño despacho. Allí tenía mi pequeño microondas, junto a un surtidor de agua. Me llevaba mis libros, revistas, cómics. En la mesa el ordenador donde tenía que poner las entradas y salidas de los difuntos. Pero también me llevaba un portátil para mi entretenimiento.
Sobre la mesa estaba el comunicador con su consiguiente piloto. Cuando se ponía rojo debía abrir la puerta de entrada al depósito. Pues alguien traía algún cadáver. Si por el contrario, la luz se ponía verde. Es que alguien estaba a la entrada del pasillo que comunica con mis dominios, y tenía que dejar entrar. Casi siempre alguna enfermera que venía a comprobar algún dato. Esto lo hacía directamente desde mi despacho, apretando un botón situado sobre el propio comunicador.
Mi trabajo me dejaba espacio y tiempo para hacer más o menos lo que me diera la gana en mis horas laborales. Rara era la vez que tenía más de dos cadáveres por noche. Y sinceramente, ponerle una etiqueta en el dedo gordo, meterlo en la cámara frigorífica, siempre que se pudiera, pues sino tendría que dejarlo en la morgue sobre la camilla, hasta que se quedara una cámara vacía. Que no solía ser más de un día como mucho. Y luego introducir sus datos en el programa de ordenador, no ocupaba demasiado tiempo. En ese aspecto mi trabajo me encantaba. ¿Quién tenía espacio para cultivar sus hobbys en plena jornada laboral?. No demasiada gente, o por lo menos que yo conociera.
Pero un aspecto que me era desagradable, y no voy a negarlo. Era la sensación de soledad. Posiblemente para mi una de las peores cosas por las que puede pasar un ser humano. No digo que no me gustara, pero durante tantas horas a la semana, se podía hacer bastante chungo de aguantar. Otra cosa que me ponía nervioso eran los propios cadáveres. El ser humano durante muchas horas tras su muerte siguen desprendiendo gases, y claro, esos ruidos ahora no intentaban ser controlados por la propia persona. Estando muertos aquella sala se podía convertir en una gran verbena con sus fuegos de artificio a juego.
El aspecto del sótano era gris. Las paredes lisas y color crema, no desprendían nada de calor o sensación de confort. El diseñó aséptico era lo que predominaba en toda las dependencias de mi entorno. Lo que hacía que el espacio donde me movía, no ayudara nada a serenarme en ese aspecto. Eso lo corregía tomando algún relajante y no precisamente legal. Pero oye, eso me ayudó muchas veces a pasar las largas horas nocturnas. Con mi mente en ocasiones demasiado viva. El cajón de abajo de mi mesa era todo un surtido de ambientadores. A falta de ventana, yo mismo creaba el aroma para disimular el olor. Pero todo esto que le cuento cambió un buen día de hace dos años.
                                             
                                             
                                                     Capítulo segundo


Podría decir que era una noche calurosa, con lluvia o de nevada intensa. Pero en ese agujero nunca se que demonios pasaba en el exterior. Llegué eso si algo apurado al trabajo. Un maldito coche se había estampado con una farola en pleno centro, justo por la carretera por la que conducía todos los días para llegar al curro. Al pasar pude ver una mano ensangrentada colgando de la puerta del coche. Imagino que el resto del cuerpo se encontraba del otro lado. La policía ya había llegado al lugar del accidente, y tenía controlada la zona. No obstante aquello parecía un escaparate, con los malditos conductores yendo tan despacio para ver lo que sucedía del otro lado del cordón policial.
Siempre he odiado a esta gente, curiosos sin un maldito ápice de respeto. Que luego no se paran por la calle ni para darte la hora cuando se la pides. Aparqué donde siempre, eso es en el Hospital, justo en la zona de atrás donde entra y sale la mercancía. No es el mejor sitio, pero por lo menos está a salvo de los vándalos que se divierten justo en el aparcamiento de la entrada. Donde hay noches que se dedican a reventar coches a tiro limpio con condones rellenos de pintura, agua y sus propios fluidos.
Esas puertas de atrás están cerradas, y tengo que dar la vuelta para entrar por la principal. Y que además me gustaba hacerlo por allí, pues es de las pocas veces que podría tener contacto con el personal. Salvo que alguno le diera por bajar al sótano. Aquella noche recuerdo que llevaba una rica ensalada de pasta para cenar. Solía hacerlo cerca de las once de la noche. Y para la madrugada por lo general picaba algunas galletas y algo de fruta. Soy de los que les gusta comer sano. No quita para que tenga mis momentos de debilidad, donde los dulces caseros de una panadería que suelo visitar, se cuelen en mi dieta. El lavabo estaba al final del pasillo, justo al lado del depósito. Y recuerdo que aquella noche mientras estaba sentado en la taza, oí un pequeño golpe en la pared. Justo al lado derecho de mi. Lo que me separa de los seres inertes del otro lado. No le presté más atención de la debida, y regresé a mi despacho para seguir viendo una serie que había dejado con el pause puesto. La radio era parte fundamental de mis distracciones en aquel lugar. Gente que como yo solía llamar a ciertos programas mientras trabajaban, o no podían dormir. Nunca me dio por llamar a esas emisoras, pero sin duda creo que ayudan a muchas personas a pasar momentos duros y solitarios de sus vidas.
Apuraba una deliciosa galleta de coco y chocolate cuando el piloto rojo del intercomunicador se encendió.

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